LA DIÓCESIS DE GUADIX, IGLESIA MARTIRIAL

 

Guadix es un cruce de caminos habitado desde hace 4000 años. El agua de la Sierra Nevada, la caza y la facilidad para excavar cuevas, determinan su enorme antigüedad. Cerca de la catedral se observan restos de la remota Iberia, Hispania romana, Al-andalus musulmana, Sefarad judía y la España posterior a la Reconquista.

San Torcuato es nuestro primer obispo y mártir, fundador de esta comunidad cristiana en el siglo I, en cuanto cabeza de la gesta de los Varones Apostólicos. En él veneramos nuestro origen en la sangre del Calvario, vertida también en Acci por los testigos del Señor. Cuando se reúne el primer concilio de la iglesia española, el de Iliberis a principios del siglo IV, lo presidirá Félix, obispo de Guadix. En Baza, en el Cerro Cepero, conservamos los muros perimetrales de una basílica paleocristiana que autentifica la antigüedad de nuestra comunidad.

Los prelados bastetanos y accitanos, asisten a todos los concilios de Toledo en la época visigoda. Con la llegada de los musulmanes, la comunidad mozárabe de Guadix subsiste con esplendor. En la Córdoba califal, San Fandila (S. IX), joven sacerdote de las cuevas de Guadix, ofrece su vida al Señor, según nos narra San Eulogio. También la ciudad de Huescar, venera a las Santas Alodía y Nunilón como patronas, mártires, así mismo del siglo IX.

Tras la restauración de la diócesis, por los Reyes Católicos y el Cardenal Mendoza en 1489, Guadix ofrece un panorama completamente musulmán, con una élite cristiana en sus escasos estamentos civiles, militares y religiosos. Grandes obispos, dedicarán sus mejores esfuerzos a la recristianización: García de Quijada, amigo de Cisneros y de la reina Isabel que revitaliza el culto a San Torcuato y a su sepulcro, en cuya veneración pasa largas temporadas; Gaspar de Ávalos, fundador de la Universidad de Granada y Cardenal de Compostela, gran protector de conventos accitanos y de su catedral, a cuyas obras trae a una de las cumbres de nuestra arquitectura renacentista, Diego de Siloé; don Fray Antonio de Guevara, Secretario de Carlos V e insigne polígrafo; don Martín Pérez de Ayala, gran teólogo de Trento, cuya convocatoria del sínodo de 1554 manifiesta el gran esfuerzo por la conversión pacífica de los moriscos…

La guerra de la rebelión morisca, la padecen de manera especial las comunidades religiosas: el martirio en La Peza del Beato Marcos Criado, durante varios días crucificado en una encina desde la que canta alabanzas y predica, es signo de la gloria de Dios en medio de los avatares bélicos, capitaneados por don Juan de Austria y el accitano don Lope de Figueroa, que llenará Guadix de reliquias martiriales de la contienda, durante el pontificado de don Melchor Álvarez de Vozmediano.

En el siglo XVII, tras la expulsión morisca, la diócesis comienza a repoblarse con colonos venidos del norte de España. Es un siglo económicamente calamitoso por hambres, guerras, epidemias y sequías. Se paralizan las obras de la catedral, pero se impulsa la vida del seminario y de la devoción a la Inmaculada por obispos tan señeros como Plácido Tosantos y Juan de Araoz, tan importantes en la diplomacia regio-pontificia de la época.

No es don Francisco Jesús Orozco el primer obispo de este apellido: Juan de Orozco y Cobarrubias, hermano del autor del famoso diccionario, es nuestro prelado y compone sus famosos Emblemas Morales, de tanta incidencia en la iconografía simbólica del barroco. Será ahora cuando se nombre obispo de Tortosa, entre los muchos canónigos que han calzado mitra, a don Luis de Tena, cabeza de la Generalidad de Cataluña.

El siglo XVIII es el de la culminación paulatina de nuestra catedral, con el decidido impulso del cabildo y de obispos tan relevantes como don Juan de Montalbán, verdadero ejemplo de promotor del trabajo comunitario tanto en Guadix como en toda la diócesis, con admirable creatividad laboral, preocupación social por los pobres y profundidad en sus cartas pastorales, redactadas durante muchos meses al año en el santuario de San Torcuato de Face Retama.

En nuestra historia dieciochesca destaca San Francisco Serrano de Frías, natural de la cercana población de Huéneja, misionero y mártir en la remota China. Habría de ser declarado patrón de los humoristas, pues sus cartas al Papa y a otros dominicos desde la terrible prisión y torturas, rezuman la sana alegría y el sobrenatural regocijo del que se ríe de sus mutilaciones como precursoras de la gracia martirial. Según predijo: cuando le llegó la mitra ya no tenía cabeza sobre la que posarla, pues había sido decapitado. Así mismo, como parte de nuestra proyección externa, destaca en este siglo el chantre Esteban Lorenzo de Tristán y Esmenola, gran obispo de Costa Rica, constructor de universidades y hospitales.

Tras la expulsión de los Jesuitas, el cabildo de la catedral, patrono del Hospital Real de Caridad, traslada su sede, desde la antigua sinagoga, regalada por Isabel la Católica, al Colegio de la Compañía de Jesús, que será hospital durante siglos y ahora ha sido rehabilitado como residencia sacerdotal y Centro de Interpretación de la Solidaridad Diocesana

En el siglo XIX, tras la terrible francesada, destaca en las puertas de nuestro episcopologio, el primer redactor de la constitución de Cádiz, don Antonio Muñoz Torrero, ilustre clérigo extremeño y el más joven rector de la Universidad de Salamanca, preconizado obispo de Guadix, pero no consagrado por la prohibición del rey felón Fernando VII.

El siglo XX comienza con la epopeya pedagógica y caritativa de grandes sacerdotes bajo la sombra de don Andrés Manjón: se trata de San Pedro Poveda y del Beato Manuel Medina Olmos, el uno fundador de la Institución Teresiana y el otro, obispo de Guadix. Ambos son mártires al final de una gloriosa existencia, en la que dedicaron lo mejor de sí mismos para enseñar deleitando, y construyendo en Granada y Guadix ámbitos escolares para los pobres, mucho más completos de lo que disfrutaban los más ricos. Es decir, escuelas integradoras, luminosas, limpias y con todos los recursos existentes y muchos otros extraordinariamente creativos, para hacer “el bien bien hecho”. La gesta martirial del siglo XX, continua con trece beatos mártires del clero diocesano, que llenan de perpetua gloria a nuestra iglesia particular.

Desde las órdenes religiosas, ha sido también mucha la gloria de Dios y el servicio al prójimo que nuestra diócesis ha disfrutado: franciscanos, dominicos, jerónimos, agustinos, mercedarios, alcantarinos, jesuitas, oratorianos, tanto en Guadix como en Baza y en otras localidades diocesanas, se han distinguido por su entrega y buen hacer, a veces hasta el heroísmo. En cuanto a las órdenes y congregaciones femeninas, destacan desde antiguo las clarisas, concepcionistas y dominicas. Más recientemente, han sido muy numerosas las congregaciones florecidas en la diócesis: Hijas de la Caridad en Baza e hijas de María Madre de la Iglesia, en Guadix. Las Hermanitas de los ancianos desamparados, poseen residencias en ambas ciudades… Hoy en día los Franciscanos de la Cruz Blanca, las Franciscanas de la Purísima, La Fraternidad Reparadora, Las HH de la Virgen María del Monte Carmelo, las RR Misioneras del Divino Maestro o las Activas del Apostolado Social, completan nuestra actualidad religiosa. Otras varias congregaciones han servido hasta tiempos recientes en nuestra iglesia: todas ellas cuentan con nuestra mejor gratitud.

En nuestra diócesis tienen su origen, por extraordinaria vinculación con sus fundadores, las Religiosas de la Presentación por obra de nuestro obispo don Maximiano Fernández del Rincón; La Institución Teresiana por obra de San Pedro Poveda y las Religiosas Esclavas de la Inmaculada Niña fundadas por nuestro canónigo, don Federico Salvador Ramón. Desde Huescar, nos nació la fundación de las RR Misioneras de Cristo Sacerdote. También han sido fruto del celo religioso los Hermanos Fossores de la Misericordia, fundados por Fray José María de Jesús Crucificado, durante el pontificado de don Rafael Álvarez Lara, a mediados del siglo XX.

Respecto de nuestro laicado, multitud de fundaciones, cofradías y ONGs, han desarrollado importantísimas labores tanto en el culto como en la caridad. Pedro Antonio de Alarcón será la gloria de nuestras letras, tan ilustre como netamente católico. Ya en el siglo XX, don Juan Manuel Segura Clemente, natural de Alquife, será llamado con razón “el médico de los pobres” por su incondicional entrega. La colección de insignes profesionales del magisterio y la enseñanza, de la sanidad y los proyectos asistenciales, de las profesiones liberales y el funcionariado a todos los niveles, ha sido proverbial y esclarecida en la labor evangelizadora de nuestro laicado diocesano.

En esta apretada síntesis no cabe, aun injustamente, todo el fecundo testimonio de amor a Dios y de servicio al prójimo que nuestra Iglesia particular ha ofrecido, aun en medio de sus debilidades, contradicciones, miedos y pecados. Aquí estamos desde hace milenios, entregados al amor mariano en múltiples advocaciones entrañables: Angustias, Piedad, Gracia… atentos a que se cumpla nuestra esperanza en Cristo Resucitado.

Manuel Amezcua Morillas.

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